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Inmaculado Corazón de María

Nuestro origen en la vida de la Iglesia, como comunidad misionera, tiene en el centro la figura de María. Así lo deja ver san Antonio María Claret que, al momento de fundar la Congregación, soñó con un grupo de misioneros «que fuesen y se llamasen Hijos del Inmaculado Corazón de María».

Al poner en el centro el ícono del Corazón de María, nos sentimos convocados a ese espacio donde la Palabra de Dios se conserva después de ser escuchada en la oración y contemplada en la vida que nos rodea. Así nos lo enseña el evangelio al indicar como María, contemplando la vida junto a Jesús, colocaba cada uno de sus gestos en la memoria del corazón para convertirse en discípula en el proyecto del Reino.

En el momento de la Iglesia naciente, María es también la mujer que anima a los discípulos en la fidelidad a la Palabra recibida. Por eso, en ella, nos sentimos convocados y animados a una misión hecha de memoria agradecida y fidelidad creadora, donde la ternura y la compasión tiñen de credibilidad toda profecía.

Como misioneros hijos de su Corazón, los claretianos nos sentimos interpelados a la cordialidad que acoge a los cansados por las injusticias y se alegra con los sueñan un mundo distinto.

Desde el Corazón de María, nuestra vida misionera es un llamado a hacer propios los modos de Dios con cercanía, compasión y ternura en el cuidado de la Casa Común apostando por la fraternidad.